Hoy vamos a repasar esos hábitos de los que muchas veces no somos conscientes, y que ayudan a que se vayan acumulando esos kilos de más no deseados.
Dormir poco
Ya lo hemos hablado en otras ocasiones, el momento del sueño es el que aprovecha nuestro cuerpo para repararnos y prepararse para la nueva jornada.
Durante el descanso se liberan hormonas que controlan el apetito y el gasto energético. Cuando duermes el tiempo suficiente, se mantiene el equilibrio entre la grelina (hormona que genera sensación de estómago vacío) y la leptina (hormona que inhibe la sensación de hambre). Esto tiene efectos tanto en el funcionamiento interno de tu cuerpo como en tu predisposición a realizar ciertas acciones voluntarias. Si no duermes lo suficiente, la concentración de grelina aumenta y disminuye la de leptina, es decir, que si no duermes, tienes más hambre y tu cuerpo reclama azúcar.
Por otro lado, el sueño también afecta a la glucemia: si duermes mal, tu cuerpo regula peor la glucosa.
El estrés
Cuando estamos estresados segregamos cortisol (la hormona del estrés) que tiene como misión principal salvarnos la vida.
Si el cerebro se siente amenazado, a él le da igual que sea porque tu jefe no te entiende o porque va a devorarte un león en la selva, reacciona liberando cortisol. Esto aumenta los niveles de glucosa en sangre a fin de elevar la energía que los músculos necesitan para responder a esa amenaza externa.
El azúcar que se produce, cuándo no es utilizado, se queda en la sangre. No llega a las células en forma de energía. Al no llegarle energía, las células demandan dicha energía incrementando el apetito. Eso provoca un círculo vicioso.
Comer sin conciencia de estar comiendo
Comer es un acto que requiere de cierta concentración. Comemos con los ojos, con las manos, con la nariz… Cada órgano de nuestro cuerpo cumple una función en el proceso alimentario. El no prestar atención al acto de comer (mirando el móvil, viendo la tele o haciendo otras tareas) hace que tomemos mayor número de calorías de las necesarias. No solo comemos más cantidad, sino que además dejamos de ser conscientes del tipo de alimentos que nos llevamos a la boca. Nuestra dieta es cada vez peor sin que tengamos ningún tipo de conocimiento sobre ello.
Las dietas hipocalóricas mantenidas durante largo tiempo
Al disminuir la ingesta de calorías en exceso, nuestro cuerpo al principio pierde peso por la diferencia de gasto energético, pero luego nuestro metabolismo, como mecanismo de supervivencia, disminuye y se adapta a la nueva situación. Esto quiere decir que nuestro cuerpo se acostumbra a vivir con menos calorías, y entonces, cuando hartos de no perder peso con la misma eficacia, volvemos a comer como antes. Esto hará que rápidamente recuperemos nuestro peso anterior, y algo más por si vuelve la carencia alimentaria.
Estamos diseñados para sobrevivir: pasar hambre en exceso solo hará que nuestros sistemas de defensa se activen, gastaremos menos y acumularemos más para podernos enfrentar a lo que pueda venir en un futuro.
Comer rápido
El cuerpo está diseñado para detenerse a tiempo, para no comer más de la cuenta, pero hay un problema: para dejar el tenedor y apartar el plato hay que tener sensación de saciedad. Estar llenos (el estómago tiene una capacidad de almacenamiento de comida de hasta 4 litros, mucho más de lo necesario para cualquier persona), y sentirnos llenos, son dos cosas diferentes. El principal problema es que el proceso de activación de estas hormonas no está sólo vinculado al hecho de ingerir, sino también al tiempo. Necesitamos 20 minutos exactamente para que, desde el momento en que ya hemos ingerido la suficiente cantidad de comida, se activen las hormonas que nos harán sentirnos saciados. Es por ello, que hay que comer lentamente, y también parar siempre un poco antes de sentirnos saciados.