Antes de abordar cualquier cambio radical en nuestra alimentación, de pasarnos a la fuerza y descubrir los beneficios de la comida real, debemos embarcarnos en un periodo de reflexión y aprendizaje. Recordad lo que siempre os digo, vamos a adquirir un compromiso de por vida, un matrimonio largo con una forma nueva de alimentarnos, y por lo tanto deberíamos, como mínimo, pararnos un momento a valorar como va a cambiar nuestra vida.
Una vez que sabemos cómo, qué y por qué queremos realizar este cambio en nuestra alimentación, tenemos que preparar a nuestro cuerpo para que pueda asimilarlo de la forma más correcta posible, para que nos responda correctamente a los cambios que vamos a introducir. De eso quiero hablaros hoy, de la re-educación alimenticia.
Lamentablemente no tenemos un botón mágico que nos ponga en modo inicio. Nosotros somos un cúmulo de actitudes heredadas, aprendidas, adquiridas y genéticas y en muchos casos nos es imposible diferenciar lo que es biológico de lo que es meramente social.
Cuando la gente con la que hablo me dice “siempre tengo hambre y siempre me apetecen dulces”, me apresuro a explicarles la diferencia entre apetito y hambre. Tener hambre es una necesidad fisiológica, la herramienta que utiliza el cuerpo humano para avisarnos que necesita alimento, energía, y está controlada por mecanismos hipotalámicos. El apetito es una sensación aprendida, es ese deseo de comer sin hambre, solo por el placer que nos produce la ingesta de alimentos. ¿Por qué suele apetecernos siempre dulce? Sencillamente, el apetito está controlado por mecanismos no hipotalámicos, mecanismos de recompensa. El cerebro es un yonki del azúcar: no la necesita en las cantidades que la tomamos pero le da igual, quiere más, y nos premiará con un placer inmenso si le proporcionamos glucosa en todas sus variantes.
Debemos reconocer cuando tenemos hambre y diferenciarlo de cuando tenemos apetito. Comer con hambre, beber con sed, recuperar los instintos primitivos y dejar que el cuerpo se regule solo con sus mecanismos hipotalámicos, de esta manera llegaremos al equilibrio perfecto.
Señoras, señores, una de las explicaciones que me hizo abrir los ojos a Matrix: el circuito de recompensa de Carlos Pérez, donde explica de forma muy gráfica cómo debemos conseguir reiniciar el cuerpo humano.